Esta pasada década del siglo XXI arrancó para el cine de terror con nuevas propuestas dizque llamadas para revolucionar el género. Títulos como “Babadook” o “La bruja”, por mentar un par entre docenas, apelaban al escalofrío del espectador a través de escenarios reducidos, casi teatrales, y con una muy escueta lista actoral, además de promocionar una no siempre acertada suerte de trampas psicológicas en el guión, donde con frecuencia nos la están metiendo doblada a los espectadores. O lo pretenden. Todo esto lo ha querido reunir el debutante David Casademunt, que después de dirigir al alimón un videoclip para Pablo Alborán (esto sí que da miedo), adapta el guión de un cortometraje anterior de su autoría, “La bestia”, para llevarlo al largo con la dineraria aquiescencia de Netflix.

 

poster el páramo

 

Con sólo tres nombres dramáticos en el texto, “El páramo” propone un fallido western ibérico que arranca con mal pie y concluye patas arriba. Los diálogos sonrojan por extemporáneos (la película se desarrolla en España y en el siglo XIX, cuentan al principio, pero no concretan el año, como si cien años no importasen nada), y provocan repeluco por su anemia literaria. Ni la calidad de Inma Cuesta (aquí en piloto automático), ni la escueta presencia de Roberto Álamo (nos alegramos que desaparezca pronto de la historia), consiguen levantar esta escritura torpe. El trío se completa con un niño actor (la guardería actoral nos gusta tanto como cuando se acaba la bombona de butano con la ducha a medias) que se llama Asier Flores, y que hace mohínes y pide bofetadas desde que que se estrenó en “Dolor y gloria”, el peñazo autobiográfico del fotófobo Almódovar.

 

 

Aburrida y estirada hasta decir basta (son nada más que 90 minutos, pero ansiamos que se termine a los 40), “El páramo” es un quiero y no puedo, un sí es no que nos recogió las pelotas en el escroto no por el frío de la película pero sí por su tediosidad. Y vengan balazos y escopetazos: qué de munición no tendrá esta gente que la choza parece la santabárbara de una brigada de infantería. Mixtura tonta, a David Casademunt quisiéramos que se le apareciese el fantasma de John Wayne y le disparase una sola y definitiva vez en el caletre. Su película es una pesadilla, sí, pero porque le ha salido el tiro por la culata.

 

 

 

 

Foto de Paka Romero

Antonio de la Trinidad Ruiz

Almería, 1972. Escritor desde chico, después de pasar un puñado de años dedicado a la prensa escrita, fundó junto a otros compañeros de la escena almeriense la compañía “Luna Roja Teatro”, labor en la que está actualmente inmerso. Apasionado del cine y sus sobrepujantes meandros televisivos, ocupa algunas de sus horas en comentar mediante la letra tanto los veteranos como los nuevos títulos que se incorporan a un catálogo universal e inabarcable.

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