AVATAR O LA HIDROFOBIA
Hola. Después de un tiempo resistiéndonos con todas nuestras fuerzas, hemos enfrentado el visionado de ‘Avatar. El sentido del agua’. Que este título haya salvado la taquilla mundial de los últimos meses (junto a ‘Top Gun: Maverick’), dice todo del tipo de producto que la mayoría de los espectadores quieren a la hora de pagar la entrada para sentarse en la butaca de una sala tradicional. También sucede con esas comedias españolas auspiciadas por las productoras de Mediaset y Antena 3 y reparto que siempre es el mismo, y que alguna vez canta el gallo y se consuman en películas de aceptable calidad. No es una cuestión nostálgica ni pesimista, es la constatación de una realidad: antes íbamos mucho más al cine, entre otras cosas porque la oferta era variopinta, dispar y heterogénea, y el menú un bufé del Astoria. Ahora todo es sota, caballo o rey, con una cartelera copada por la ausencia de imaginación de Hollywood, agostada por el cierre masivo de salas y averdugada por el sísmico y revolucionador imperio de las plataformas digitales. En fin.
A lo que íbamos. Un buen comienzo para una buena historia sería atar un bloque de hormigón a los tobillos de James Cameron y tirarlo por la borda en la fosa de las Marianas, en lo más oscuro de la noche y con mala mar. Nadie se anima a tomar la iniciativa, así que él sigue rodando películas sin considerar el mal que le está haciendo a la Humanidad. Cameron reside en la megalomanía masturbatoria, por lo que su pensamiento está en un quítame allá esas pajas. A lo largo de tres interminables horas, ‘Avatar. El sentido del agua’, retoma el ecolocoñazo argumento de la primera entrega, y prolonga hasta el empacho secuencias y subtramas que se podrían haber resuelto sin necesidad de mangarle al público muchos minutos de su valiosa existencia. Leo en una revista que un espectador holandés ha visto la película cien veces, y que el director canadiense le ha enviado una felicitación por semejante proeza y fidelidad; el apunte de prensa no facilita el nombre de ese tipo para evitar que alguien llame a su puerta y le dispare en la cara.
No sabemos si Cameron recurre tanto al agua para sus tramas porque es un besugo, pero ahí están ‘Abyss’ o ‘Titanic’, de las que no escribiremos todo lo que nos parece mal porque nos ceñimos a esta nueva ‘Avatar’, un sopor billonario que solo alcanza ciertas cotas de emoción pasados los primeros ¡120 minutos de metraje! Es todo muy bonito, muy azul y eso (qué lata decir que si el imaginario digital muy bien y tal), pero todo es también absolutamente huero, sin apenas nada que contar y, lo que es peor, muy irritante en varias ocasiones. Esa familia disfuncional nos interesa tanto o menos como que nos desentrañen el proceso de fabricación de papel higiénico, y el núcleo vengador de la histora es filfa maniquea de la peor estofa, por no mencionar a esta especie antropomorfa de Pandora, que conecta su rabo a especies animales o vegetales para fliparlo a modo: Greta Thumberg debe ser fan, qué te juegas.
La hemos visto en plena Semana Santa, nos lo tomaremos como penitencia. Si hubiésemos visto ‘Ben-Hur’, habríamos pecado de gusto. Siempre podremos recurrir a las dos primeras ‘Terminator’, ‘Aliens’ o ‘Mentiras arriesgadas’ (espléndidas películas del besugo) para darnos árnica y olvidar esta afrenta. Mientras tanto, se ha anunciado el estreno de tres entregas más. Debe ser que no hay dios, o es Cameron.
Foto de Paka Romero
Antonio de la Trinidad Ruiz
Almería, 1972. Escritor desde chico, después de pasar un puñado de años dedicado a la prensa escrita, fundó junto a otros compañeros de la escena almeriense la compañía “Luna Roja Teatro”, labor en la que está actualmente inmerso. Apasionado del cine y sus sobrepujantes meandros televisivos, ocupa algunas de sus horas en comentar mediante la letra tanto los veteranos como los nuevos títulos que se incorporan a un catálogo universal e inabarcable.
