Pam & Tommy

Es muy divertido que Hulu, este canal que acostumbra a gamberrismos varios y no muy dotados dolariosamente (recordamos sus muy baratas y entrañables temporadas de “Creepshow”), esté vinculado a la distribución de sus estrenos con Disney+. Cuando ya todo es un desastre y el mercado audiovisual también está manga por hombro, vemos que cualquier cosa puede suceder, como que Pixar vuelva a estrenar directamente en el cable (“Turning red”, una película muy bonita, tampoco se da en los cines), junto al estreno de “Pam & Tommy”, que se suma, y de qué manera, a la gozosa moda del despelote desenfrenado en las series de televisión. Ambas, insistimos, distribuidas por Disney.

Le teníamos unas ganas enormes a “Pam & Tommy” desde que leímos el anuncio de la producción. Sabíamos que James Franco y Seth Rogen, una pareja que adoramos y que ha brindado grandes momentos de la comedia más gamberra e hilarante que puede dar el yanquismo mainstream, estaba detrás de la cosa. Lástima que Franco, por un quítame allá este acoso sexual, se haya ido al garete del tirón, que además de producir la serie, se había reservado el papel de Tommy Lee, el baterista de la banda Mötley Crüe, que gracias a Dios pasó a mejor vida. La banda, porque Tommy Lee sigue vivo: no hay felicidad completa. No es para lamentarlo: a Franco lo ha sustituido el estupendo Sebastian Stan, que da el tipo de este ser repugnante, un verdadero cretino, un ignorante y un mierda. La otra protagonista total es Lily James, un amor, ambos irreconocibles y muy adecuados en sus papeles.

Bien. La serie, claro, ya saben ustedes, recrea la historia de aquella película pornodoméstica que Pamela Anderson, entonces en la cresta de la ola (ejem) por “Los vigilantes de la playa”, y Tommy Lee grabaron durante su luna de miel en un lago y a bordo de su yate total. Este fue el primer video viral de la historia (igual hubo otros, no me acuerdo, pero en cualquier caso no daban para la paja), y supuso un verdadero cataclismo en la incipiente internet, con ese ruido de mierda de los primeros routers, las interminables esperas del buffering de las narices y la pésima calidad de sonido e imagen que tan bien se recrea en estos guiones. Ahora todo es más fácil y accesible. Hemos ganado en rapidez masturbatoria, pero ¿y el misterio? ¿Y el secreto, y el chisme?

El chisme, que la serie plantea como anécdota macho en los primeros y muy entretenidos capítulos, para dar paso al drama (sin cargar las tintas) después, cuenta como esa filtración de un video íntimo devastó la carrera de una actriz poco dotada para la interpretación, desde luego, pero que sin esta circunstancia hubiese tenido quizá un mayor recorrido. Es, después de todo, la historia eterna sobre el papel de la mujer en la pornografía, aquí agravada por la publicación del follisqueo sin el permiso de los folladores. Ninguno de los dos eran (ni son) cerebros especialmente deslumbrantes, aunque el trato recibido por ella se situó a mil años luz del recibido por él: Pamela era una golfa, él un baterista con el  rabo como un salchichón de Turón al que jalear.

Bravo por esos protagonistas que nos han encantado, y también por Seth Rogen como ese carpintero idiota y desesperado al que todo le sale como el culo. La galería de personajes es también francamente repugnante (productores de cine porno, editores de revistas eróticas, abogados, asesores de imagen, Jay Leno…), y componen un escaparate de monstruos de veras estimulante. Armado de una colección de canciones muy bien escogidas y un arco dramático perfecto en su simpleza y previsibilidad, nos ha encantado esta travesura donde no llega a doler que las pollas (parlantes) y las tetas sean de atrezzo, y a veces canten ópera. Había una historia detrás del chisme, y nos la han contado muy bien. No se pierdan este pasatiempo.