La habitación me posee.

Las fotografías en añil del vientre de aquel avión despegando, volando a cualquier lugar del mundo que no fuera el desierto.

Los cuadros y los libros observándome desde su pulcritud; las notas de proyectos inconclusos:  hojas caídas de árboles sin riego.

Hay rotuladores que se han secado y no responden a la llamada de la hoja en blanco.

Todo se halla primorosamente en su sitio para que todo, en cualquier momento, pueda ser rescatado.

Hay cosas, pensamientos que resisten, que viven aunque se les niegue el agua durante lustros. Ahí se encuentran, reclamando todo a la vez: atención y olvido, ojos y vacío.

La habitación te posee, porque eres tú pese a ti, eres tú sin ti.

Aquel verano en el que ella y tú comenzábais vuestro amor: muecas y rostros indolentes para la galería del porvenir.

El mundo se detuvo y nos pidió que posáramos. En las polaroids se apaga el color, la visión de mi ojo izquierdo, tú, yo, amigos que también posaron, pasaron por el objetivo tachado de la cámara.

Somos diafragmáticos, un abrir y cerrar de mirillas, y en el intervalo se suceden los mundos, las realidades inabarcables, la vista del pájaro detenido sobre nuestras cabezas.

La pizarra te habla de fechas, de trabajos terminados, de cuentas borradas.

En la triple secuencia añil de ese avión que despega, que poco a poco se eleva, estabas tú en el pasaje, y mirabas hacia abajo, y eras tú la hormiga que podía adivinarse escrutando el cielo para ver si estabas, si habías llegado o te faltaba poco.

Pero vas cogido de la mano de un ángel llamado Eva.

La habitación os posee. El gato mira indiferente vuestros rostros congelados, la nula sangre que separa el ayer del nunca.

La habitación que hemos fabricado nos mira sin decir nada. Quizás su silencio son todos los mensajes, las claves indescifrables, algún apunte del deshielo.

Has puesto la misma música para hacer las tareas del hogar. Sabes de memoria todas las notas, los silencios. El fantasma sonoro es un perro lazarillo que te guía por la estancia: eres un hábil insomne.

A veces Philip Glass, o Ravi Shankar, o Brian Eno. Zambullido en la mañana de bayeta y limpia cristales con las Variaciones Goldberg de Bach para ver si las manchas salen a golpe metafísico.

Sí, las pelusas  también te poseen. Eres, sois la madeja deshilachada que recoges una y otra vez, porque no deseas que los legajos de la piel seca, las uñas, el pelo, vuelvan a gobernarte.

En el terco afán del trajín doméstico recontemplas las paredes que te habitan, que os contienen.

Y pienso en las entrañas del avión que vuela entre nubes de añil, en la bodega donde yacen las maletas, en el interior de las maletas.

Eva no está.

El gato me atalaya desde la cima del mueble del salón. Me posee. Soy un gato.

Y abro un cajón, y luego otro. Palabras que hablan de nosotros. El pasado mirando atentamente.

Me doy cuenta, Eva es pura.

Retiro los cacharros. Todos a su nicho. Elliot Gould da mucho asco. Toda una vida dedicada al trino, al espíritu de la música. Y yo aquí, pensando en ti, en nos, con el plumero en una mano y el desinfectante en la otra.

Morar también es un empleo, me digo.

Pero aquellas fotos que nos vieron sin el dolor que ahora nos posee.

Hay que limpiar la casa, hay que limpiar la vida.

Sonrío al ver su sonrisa en tantas fotos, ahora que no está.

Hay que limpiar las ventanas, los cristales. Las cortinas. El cabecero de la cama.

El  gato me despierta. Me posee.

Tiene razón, hay que seguir con la tarea.

Cogemos la verdura. Cinco dientes de ajo, un pimiento choricero. Tres tomates de pera, un buen pimiento rojo. Picamos todo, excepto los ajos que son para el majao. Dos para freir y tres crudos. El pimiento choricero también al fuego, que luego desembarcará en el mortero con todos los ajos, granos de pimienta negra y perejil picado.

Carne de cerdo  troceada, se marca bien, se añaden tomates y pimiento. Se sofríe ma no tanto. Hay que añadir el pulpo al que previamente hemos hecho la autopsia. Sofreímos hasta el final añadiendo un vaso de cerveza rubia. Cuando el sofrito es digno de olfato añadimos dos partes y media de agua por vaso de arroz. Con el agua hirviendo vertemos el majao, el arroz y el colorante. Ah, se puede añadir comino. Y se puede hacer perfectamente con pollo… campero, a ser posible.

El resto es coser y zampar.

Todo está listo, sólo tengo que esperar a que llegues.

Escribirte en las paredes es una carrera de fondo si suena Aznavour o Concha Piquer. Eres tú revoloteando, yo soy un intruso.

Voy rumbo a Escocia en el avión. Me imagino en las altas tierras Escocesas.

Visitamos lo que fue Boleskine House. Esperamos que nos reciban los monstruos.

Si no estás puedo imaginar tu sonrisa en cualquier parte del mundo; siempre la llevaría en la maleta, dentro del neceser.

El pasillo que conduce a las habitaciones, que también se inunda de Debussy, o de Mozart si al sol le da por filtrarse en las rendijas.

Eva, me digo, me posees.

Ahora soy, también, las fotos del pasado que otros atraparon contigo, y me miran, me juzgan, me hacen preguntas.

He limpiado la arena del gato, sus excrementos, y sonaba lejos el amor brujo.

Por más que miro tu cuadrante nunca consigo recordar cuándo retirar el arroz del fuego.

 

 

 

Fernando Labordeta

Fernando Labordeta Blanco.

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