El callejón de las almas perdidas

En el mes de enero del ya remoto 2014, la muy cariñosa y muy consciente de su espíritu NORMA Editorial, sacó a la calle un exquisito volumen de gran formato, profuso en gloriosas ilustraciones y reveladores textos y entrevistas, titulado “Guillermo del Toro: Gabinete de curiosidades (Mis cuadernos, colecciones y otras obsesiones)”. En esta joya, armada con la colaboración del gran Marc Scott Zicree, Del Toro quiebra la esclusa de sus obsesiones e inquietante imaginario para desentreñar sin pudor ni secreto las claves e influencias que han alumbrado obras maestras como “El laberinto del fauno” o “Cronos”, además de las geniales “El espinazo del diablo”, las dos entregas de “Hellboy” (lástima que se frustrara la tercera por falta de confianza de los estudios: Del Toro es caro), “Mimic”, o la multipremiada “La forma del agua”, aquel romance con monstruo. A pesar de patinazos como ese bodrio que fue “Pacific Rim” o la adormecedora “La cumbre escarlata”, la filmografía del cineasta de Jalisco -no te rajes-, es una gozosa y personalísima sangría de subyugantes engendros y escenarios de rotunda influencia y originalidad que el inquieto autor no puede evitar esparcir en novelas, tebeos y otras producciones audiovisuales que impulsa tanto para el cine como para la televisión.

Guillermo del Toro ha regresado al frente del generalato de ingenieros (zapadores y transmisones) con “El callejón de las armas perdidas”, que nos ha hecho mella. Durante el larguísimo, pero jamás tedioso, primer acto de esta película, los aficionados a su quehacer de filigrana y sin concesiones, se zambullen de lleno en toda esta parafernalia del director, reunida en una de aquellas ferias ambulantes ya retratada por Tod Browning en la fundacional “La parada de los monstruos”, a la que tanto debe este nuevo título del mejicano, desenlace incluido. Pero cuando la trama abandona el bestiario intinerante, aparece otra película, esta ya decantada hacia el suspense, un noir envenenado donde la avaricia, el engaño y la ausencia de moral campan a sus anchas, todo esto sin abandonar un inquietante, fantasmágorico ambiente tan querido por el autor.

 
 
El callejón de las almas perdidas

 

Con un plantel actoral sencillamente lujoso (pocos personajes luminosos entre un puñado de seres putrefactos), Del Toro resuelve su enorme libreto (habrá una versión extendida en su edición para video doméstico) con tanta sabiduría y oficio como para firmar una de las mejores películas de su ya extensa filmografía. A contrapelo de lo natural, no caerá en el olvido de nuestra memoria esta película fascinante, de una dirección artística y técnica memorables, que sin embargo se ha dado un importante batacazo en la taquilla, no a causa del vaciado de las salas por esto que nos está pasando, pero sí por un público que ha preferido aliviar su bolsillo en otras alternativas más ruidosas y de infinita peor calidad que el oscuro y magistral artefacto de Guillermo del Toro. Misterios.

 

 

 

 

 

 

 

 

Foto de Paka Romero

Antonio de la Trinidad Ruiz

Almería, 1972. Escritor desde chico, después de pasar un puñado de años dedicado a la prensa escrita, fundó junto a otros compañeros de la escena almeriense la compañía “Luna Roja Teatro”, labor en la que está actualmente inmerso. Apasionado del cine y sus sobrepujantes meandros televisivos, ocupa algunas de sus horas en comentar mediante la letra tanto los veteranos como los nuevos títulos que se incorporan a un catálogo universal e inabarcable.

 
 

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