Todos sabemos que la educación abarca muchas facetas de la vida de una persona: conocimientos, valores, emociones… Siendo de vital importancia el desarrollo de todas ellas para crecer y avanzar en el camino de nuestra existencia. Lo ideal sería poder trabajarlas todas, pero las circunstancias de cada uno, de cada una, no siempre son favorables para su empresa.
Para conseguir ser conscientes de la trascendencia de nuestros aprendizajes y motivarnos para obtenerlos, es necesario tener alrededor personas que nos alienten y nos sirvan de ejemplo con sus propias acciones. Hablo de las familias, las amistades, las personas con las que nos relacionamos con regularidad como son los docentes, compañeros de trabajo, etc., las figuras externas que ejercen un poder de influencia sobre nosotros como los cantantes, actores, deportistas… a los que admiramos y, de alguna manera, predisponen nuestros gustos y formas de pensar. He aquí la importancia de prestar atención hacia donde nos enfocamos y qué o quién nos sirve de ejemplo, puesto que, sin darnos cuenta, todo lo que tenemos alrededor nos educa y reeduca.
Podemos tener la suerte de estar rodeados de grandes personas que nos inculquen una enseñanza amplia y completa que ayude a desarrollar todo nuestro potencial o, por el contrario, hallarnos en un entorno hostil o desestructurado que tienda a mostrarnos lo peor del ser humano. Afortunadamente, aunque el hábitat influye, por muy malas que sean las condiciones, el simple hecho de tener un buen referente al que imitar, solo uno, puede cambiarnos la vida.
La realidad es que no todos, ni todas, podemos educarnos de la misma manera ni en los mismos aspectos, puesto que influyen muchos factores que, según la situación de cada uno, serán más o menos favorables. Pero, aun así, a pesar de que no todos podemos llegar a los mismos aprendizajes, hay una educación que es esencial para los seres humanos, un concepto universal que no entiende de circunstancias buenas o malas: educar y educarnos en ser buenas personas.
Para ser buena persona no hace falta tener grandes estudios, ni una gestión emocional adecuada, tampoco es necesario ganar mucho dinero, ni vivir en una casa de lujo, no tenemos que destacar forzosamente en alguna actividad, ni ser los primeros en los estudios o en el trabajo. Para ser buena persona solo hay que obrar bien en uno mismo y en los demás.
No necesitamos de tanta superficialidad, impuesta por un mundo competitivo y materialista que nos obliga a ser los mejores y a tener cada día más de todo, esa no es la verdadera esencia del SER. No podemos cultivarnos para ser “alguien” puesto que, desde el momento que nacemos, ya lo somos. No podemos perder nuestra identidad en estas incongruencias.
Y es que solo así, enfocándonos en lo mejor de nosotros mismos y de los demás, y no confundiendo el término con el hecho de convertirnos en conformistas, sumisos o personas pasivas, podremos vivir una vida plena y satisfactoria, a pesar de nuestras circunstancias. Pues el que hace bien, nada malo puede dar y nada malo puede temer.
Debemos ser conscientes de que la vida no es igual para todos. Cada uno de nosotros tenemos distintas visiones de la realidad, diferentes capacidades y habilidades, diversos entornos donde ilustrarnos y, sin embargo, todos esos contrastes no evitan que podamos alcanzar o enseñar esta educación esencial obligada para todo ser humano: ser buena persona.
María del Mar Saldaña
Educadora infantil. Escritora, con gran afinidad por el microrrelato, la literatura infantil y el teatro. Formadora en talleres de creación literaria y coordinadora de clubes de lectura, así como conferenciante en simposios o charlas relacionadas con la dinamización de la lectura y la escritura. Miembro del Centro Andaluz de las Letras.
Gracias María del Mar. Has puesto en el tapete la misma esencia de la vida y de la persona, tantísimas veces tergiversada por el egoísmo, la envidia y él no saber quiénes somos y hacia dónde vamos.
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Maria
01/07/2020 en 9:07 PM¡Totalmente de acuerdo!
Antonia Asensio
03/07/2020 en 10:47 AMGracias María del Mar. Has puesto en el tapete la misma esencia de la vida y de la persona, tantísimas veces tergiversada por el egoísmo, la envidia y él no saber quiénes somos y hacia dónde vamos.